De oficio: Bitacorero
Uno de los primeros verbos que tú aprendías en aquella clase para niños grandes era el de “Bitacorear”. Yo bitacoreo, tú bitacoreas, él bitacorea... Bitacorear o contar lo que allí había pasado.
Uno de los primeros adjetivos que aprendías después, en aquella clase o reunión o como quisieras llamarlo, y sin que nadie te lo enseñara, era el adjetivo “imposible”.
Porque bitacorear era prácticamente imposible. Por más que quisieras, que tomaras notas, que intentaras estar atento a mil y una pequeñas conversaciones terminabas con la maldita e íntima sensación de que bitacorear aquello iba a ser imposible.
Aún así después te esforzabas por encontrar una forma, un camino, un modo más o menos coherente de intentar contar lo que allí había pasado... Imposible. Al final siempre veías que era imposible. Lo contaras como lo contaras, del derecho, del revés, por el final o el principio, siempre te olvidarías de algo. Te olvidarías seguro. Pues tanto era lo que allí se conversaba, se leía, se escuchaba, se compartía que ¿quién podía atraparlo?
Así que un poco atropelladamente, dejándote llevar más por las sensaciones que por las palabras, más por las caras y por las expresiones que por los nombres, intentabas atrapar al vuelo la esencia de aquella clase para niños grandes que ellos, un poco pomposamente, llamaban “tertulia Rascamán”. Cosas de niños...
Comenzaba un nuevo curso en el Café Ruiz. Los mismos camareros, las mismas mesas, el mismo rincón, pero alguna que otra cara nueva entre los niños grandes. Caras nuevas y muy puntuales. Qué gusto. María, Juan Antonio, Cristina y Celeste. Alguna que otra cara familiar: Luis. Y bastantes de los de siempre: Celia, Aureliano, Ismael, Rocío, Javier, David, Paloma, Carmen, Vicente... Díos mío bitacorero que no se te olvide nadie. ¿Contaron catorce? Entonces creo que sí, que no se nos olvidó nadie.
Como cuando eran pequeños y llevaban caramelos si había sido algún cumpleaños, los niños grandes seguían llevando regalos, qué buena tradición, regalos de viajes exóticos desenvueltos en chocolatinas negras y verdes de hoja de coca, o sucedáneos de aquellos lejanos caramelos, pero ahora también de coca. Antídotos contra el mal de la altura en las palabras. Antídotos contra los versos que dan vértigo, contra los relatos que provocan desasosiego y adición.
Primera tertulia de octubre de 2010. En las dos mesas de mármol se amontonaban y se confundían los cafés con los caramelos, las chocolatinas con las cervezas, los cuadernos con las ganas de leer.
Parecía que los niños grandes habían hecho sus deberes de vacaciones “Santillana” y querían compartirlos ya con el resto. Venga, el tiempo apremia, que somos muchos a leer... Luis y su relato de “Daños Colaterales”, Luis a quién le van a publicar en la Diputación de Almería sus cuentos bajo el humilde título de “Cuentos del Pintor”. ¡Ay quién llegara a sus años, piensas, con esas ganas de crear...!
Pero estás bitacoreando y no sabes cómo ni por qué pero ahora los niños grandes nerviosos, habladores, están con los “triunfitos” aquellos jóvenes cantantes, cuya primera edición fue la más famosa. Sin darte cuenta han invitado a la tertulia Rascamán a Bisbal, a Bustamante, a Rosa... “Aunque Rosa no ha tenido tanta fama...” “Hay una persecución a los granadinos...” “Pero desde hace unos cuántos siglos ya...” dice otro. Los niños grandes traen también su humor, el bendito humor que distiende y ameniza las más serias veladas rascamanianas. ¿Ah pero las hay serias...? SShhh calla que nadie se había dado cuenta... Aunque lo bueno de los niños grandes es que tras una digresión vuelven solos a los temas principales: “Sería conveniente mantener en el relato el lenguaje más propio de la época, el lenguaje que se hablaba en la Guerra Civil...” Sí, siguen hablando de los “Daños Colaterales” de Luis, ese relato ficticio sobre un hecho real, ese relato con humor, casi negro. No te preocupes ya puedes seguir bitacorendo, han vuelto al redil... ¿Pero por cuánto tiempo?
A Luis le sigue Ismael, el de la doble enhorabuena, el granadino que tiene tantos cambios vitales en el 2010, y lee “Ex República de Manuel Gutiérrez”. Casi inmediatamente el niño Javier está hablando del libro que acaba de comenzar: “España, aparta de mí estos premios” de Fernando Iwasaki. Interesante. Dice que ya irá contando según lo lea, pero mientras, desvela sus últimos poemas. Porque los niños grandes juegan a hacer poemas, y juegan muy bien. Le robas uno y lo echas también a la cartera elástica e inmensa de la bitácora:
De profundis:
Desde
lo más
profundo
te lo pido.
Si no piensas
en mí.
Desaparezco.
Pero cuidado que ya es otro quién habla. Ahora será el niño Aureliano el que echa sus cartas: “No añores algún rayo de luz que te transporte al confín del espacio...” El niño grande Aureliano es uno de los aventajados de la clase, el día 27 tiene una lectura en el Círculo de Bellas Artes, donde leerá versos tan bellos como el que también echaste la cartera: “Lengua de azúcar quemada por mi lengua”. ¿Acaso no es sugerente? Piensas. Te gusta, lo saboreas, aún meditas sobre él.
Mientras tanto ha llegado Paloma, una de las niñas grandes más revoltosas y habladoras de la clase. Parece que echa un soplo de vitalidad en cuánto llega sobre todos, para inmediatamente mecerles con esa forma tan musical que tiene de leer uno de sus poemas, como si lo desgranara en el aire. Es lo que tiene la clase de niños grandes, el que llega como prólogo pasa a ser epílogo y el que era epílogo pasa a ser prólogo. “En los ojos, en la boca las arrugas de la risa...” Lo sientes, pero como tú bitacoreas, tú eliges el verso que más te gusta... Los niños grandes sois así. Pero aunque vertiginosamente lo copias y lo echas a la cartera de la bitácora, aún dudas si deberías elegir otro: “Si escucharas mis poemas no podrías separarte de mí”. Porque casi te gusta más éste. Sí a ti te gusta más. Definitivamente éste.
Pero atento, no te despistes bitacorero, que llega Celia, más silenciosa, con la voz más baja, pero igualmente rotunda en sus poemas. “Diapausa” . Sí es un título sugerente. “Lo hice con las manos otra vez de un niño...” Y con aquellas enumeraciones que le daban ritmo al poema... Pero no acabas de escucharlo, de pensar ¿qué copias de él? cuando ya la sigue María, una de las niñas grandes nuevas, y habla del mar y lee un poema sobre el Atlántico: “Un velo de sombras se cierne sobre el agua, se adentra silenciosa en el abismo...”. Y no pares de copiar bitacorero, no pares de tomar nota, no hay tregua para los de tu oficio, que ya está Juan Antonio, otro de los niños grandes nuevos, enfrascado en un relato que traía bajo el brazo: “Hoy tengo algunas dudas escritas en mi pantalla...” Un relato, que venía muy bien para cambiar de música tras tanto verso...
Pero es la primera clase después del verano y hay tanto por comentar, tanto que contar, que compartir... “Ya me he leído “Intimidad” de Hanif Kureishi y me ha encantado...” “¿Sí? Pues me sorprende porque parece que está escrito desde un punto de vista masculino...” “¿Masculino? Pues a mí me ha encantado...?” “Intimidad” es un libro colectivo que los niños grandes se van pasando de uno a otro. Cuando lo leen, escogen una frase y la escriben la final del libro. Así se sabrá cuántos lo han leído y qué les ha llamado más la atención... No te olvides de tomar nota, venga date prisa, apunta que ya se lo ha leído otro.
Le toca el turno a Celeste, nueva también, poeta también... ¿Se nos estará desnivelando la clase hacia el verso? ¡Relatistas! ¡Que nos pueden...! Y comienza a leernos sus poemas... Javier, opina que es un romance... Ella contesta que quiere expresar lo que siente dejándolo fluir... ¡Ay bitacorero que se te desmandan! Porque al final todos los niños grandes se revuelven y comienzan a hablar entre ellos sobre lo importante o no que es ajustarse a la técnica, sobre si hay que empaparse de la tradición, romper con ella... ¿Pero qué dicen? ¿Qué dicen aquellos de allá? ¿Y éstos, éstos por donde van...? Cinco, seis, siete conversaciones se entremezclan, chocan, estallan en el aire, salpican la tertulia de opiniones...
¿No os dije que uno de los primeros verbos que uno aprendía en aquella clase para niños grandes era el de “Bitacorear”? Yo bitacoreo, tu bitacoreas, él bitacorea... Bitacorear consistía en contar lo que allí había pasado.
¿No os dije que uno de los primeros adjetivos que uno aprendía después, en aquella clase para niños grandes, era el de “imposible”? Sobre todo si primero te había tocado declinar el de “bitacorear”.
Bitacorear hay momentos en que se vuelve imposible. Los niños grandes están revueltos, están deseosos de leer, de comentar, de hablar, de escucharse, de dar su opinión, de discutir, de conversar, de... Porfavor, porfavor, porfavor... ¿Qué andan diciendo? Trece voces en el aire y a la vez, tú eres el único que pareces estar callado. ¿Cómo vas a escribir esta bitácora? Te faltan bolígrafos para cazar tanta palabra en el aire, para aplastarlas contra el papel.
Pero no te abrumas, no te descuides, no te lo pierdas bitacorero, estate atento que de pronto Vicente, el niño grande Vicente, nos habla de... ¡Carver! Y entonces piensas que hay cosas que no cambian, que si Vicente sigue “carverizándonos” no está todo perdido... Seguimos siendo los mismos. Y el bitacoreador de turno, o sea tú, suelta el bolígrafo y se recrea en la contemplación. Sí. Te olvidas de escribir y te recreas en mirarlos, te centras en el placer de solo estar ahí, mirando a los niños grandes, escuchándolos, empapándote de sus palabras, de sus ganas de hablar de literatura... Y para eso estamos aquí ¿No? Te dices. Y te relajas y disfrutas de su compañía... ¿Bitacorear? Ya me preocuparé de eso mañana...
Además después Vicente te pide prestada la voz, y quiere que leas su relato “Cenizas” en voz alta. Y poco a poco lo vas leyendo. Y después del verano recuerdas lo que es leer en voz alta. El placer de leer. Que no tiene nada que ver con el de escribir. Que ese placer ya lo buscarás otra semana. Esta no, esta te ha tocado bitacorear.
Y bitacorear, bitacorear era el primer verbo que uno aprendía en aquella clase de niños grandes. Y después, después aprendías un adjetivo: imposible. Porque qué difícil era bitacorear aquellas tertulias tan llenas de vida y literatura, qué difícil y cuánto te costaba hacerlo ¿Lo recuerdas? Pues era por aquel entonces, en octubre, cuando ya otoñaba aquel 2010.
Rocío Díaz Gómez
10 de octubre de 2010
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