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lunes, 25 de noviembre de 2024

7ª Jornada/XVIII año: Miércoles, 20 de noviembre de 2024

 

Queridos Reyes Magos...


Queridos Reyes Magos:

Escribo esta carta no con voluntad de pedir, como sería lo normal, sino con voluntad de dar; también con la de advertir que entre mis deseos no figura que Sus Majestades interpreten mi subversión epistolar como declaración de apostasía en favor de Papá Noel, o como aplicación torticera de un republicanismo mal entendido (Dios guarde a SS.MM. muchos años), sino como rendido agradecimiento por la felicidad que me han procurado durante este tiempo.

Por eso que quiera darles, más bien regalarles, el tesoro nacido, no precisamente en un Portal, una tarde de noviembre prenavideño. Me refiero al libro-antología Rascamán “Lo que la hoja te cuenta”, cuyo padre putativo, Aureliano Cañadas, mora hoy y siempre en los corazones de sus otros padres y madres, las diosas y dioses rascamantes que lo parieron con una alegría y un entusiasmo solo comparables a los de un niño en la noche del 5 de enero. Y no solo eso, quisiera regalarles también las lecturas de que disfrutamos, como se disfruta la media hora fugaz de un recreo, la tarde del feliz alumbramiento, a mes y medio de su invisible pero mayestática visita, por si les pudiera servir de estrella de Belén que haga las veces de Google Maps en la bóveda del firmamento.

Regalarles, por ejemplo, el relato “Una llave de papel” que nos leyó Rocío, que contaba la historia de unos románticos que transgredieron las líneas fronterizas de la teoría (y pasaron a la práctica), los estados civiles o los géneros. O el pequeño ensayo intimista que nos leyó Tina, inspirado en el ejemplo de libertad que representó su padre, con el que daba respuesta a la pregunta que planteaba su título: “¿Para qué sirve una llave?”.  O uno de los poemas isleños de Javier Díaz Gil, en el que hablaba de los paisajes sometidos (antes sometidos paisajes) de piedra seca, y de unas manos “que nos protejan del tiempo y su desgracia”. O el relato de Juan Bautista Raña, que contaba una tragedia entre las tragedias, con ecos que aún resuenan, la de Marcelo Eduardo Salinas Eytel, desaparecido de la dictadura chilena, y que Juan redactó a partir del poema “En el día de hoy”, perteneciente al poemario “Regresar a Chile” de Javier Díaz Gil; demostrando que la sensibilidad y la admiración templan la vida tanto como el calor que puedan ofrecernos una mula y un buey en un pesebre. O los dos poemas de Juan Calderón, al que todos felicitaron con fervor jubilar por la reciente concesión de la Medalla de San Isidoro; el medallista nos recitó “Partida de dados” y “Mejor no preguntarse” (y dormir sin sobresaltos). O las ingeniosas décimas dirigidas a Matilde firmadas por José Antonio, quien merecería ser llamado San José y poseer desde ya la condición de santo; escritos en homenaje al poeta más felino, León, rey de reyes por derecho verbal en el reino celestial de los sonetos. O el Microtequiero nº 31, donde Alberto Ramos describía con equilibrio de maestro, a caballo entre lo dramático y lo genial, el penoso viaje de una víctima de la brutalidad machista, Nadia, que se convirtió en Nadie, para terminar siendo la mártir nº 16 en la lista vergonzante del exterminio feminicida. O el sentido recuerdo de Juan Antonio al poeta Luis Cernuda, para el que el Infierno y el Paraíso los creamos aquí, con nuestros actos, donde el Amor y el Odio brotan juntos. O el pasaje de la novela de Manuel Sánchez, protagonizado por una gavilla de deslenguados opulentos, celebradores de una tertulia de alcohólicos como si fueran ángeles caídos. O la lectura de la versión de Carmen Padín de la fotografía de piernas pelosas, que nos transportaron desde la distancia que nunca nos separa, no tres camellos venidos de Oriente, sino Internet y las nuevas tecnologías. O la “Despedida” de Chelo Santa Bárbara, a la que los Rascamantes nada tuvieron que objetar a excepción de un leve cambio de orden. O los versos del poema “Rutina” de Matteo Barbato, auspiciados por el verso de un poeta homónimo en sus iniciales, quizás también en gustos, Mario Benedetti: “Hoy fue un día feliz, solo rutina”. O la versión personal de Ana Gonz de la foto con llave y piernas peludas, en la que no faltaron sus versos, sentenciosos igual que pasajes bíblicos, como por ejemplo “Soy una extraña” o “El mundo es confuso”.  O el poema “Tierra y Cielo” de Amelia Serraller, que ya es piel y carne del divino bebé que vio la luz en el Fígaro. O el regalo con que se cerró la sesión, que llegó de manos, o mejor dicho de labios, de Rafael César Montesinos. El invitado recitó unos versos del poemario “El Ángel Prometido”, de Javier Díaz Gil, que nos retrotrajeron a tiempos pasados y quién sabe si a otro ángel, aquel que una vez anunció la buena nueva en tierras de Nazaret.        

Quisiera regalarles a Sus Majestades todo eso y más. Aunque antes de fechar y firmar mi dadivosa misiva, me gustaría pedirles una cosa a cambio. Quid pro quo o esto es el mercado, amigos, que diría algún corrupto. Pero estén tranquilos, que no será cordura para los cerebros, perdón, cabezas, de los negacionistas de todo, ni la paz en el mundo, pues de sobra sé que eso no me lo podrán conceder. Me conformaría con que me trajeran salud para mis hermanos de sueños los rascamantes; que los que se encuentran regular pasen a encontrarse bien, y ya puestos y si no es mucho pedir, pasen a encontrarse estupendamente. Se lo cambio por todo el oro, el incienso y la mirra juntos. Para que así podamos seguir compartiendo tertulias, no digo años, ni siglos. Digo milenios.



David Lerma
24 de noviembre de 2024


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