La tarde comenzó con un plato típico madrileño, con olor a fritura y casquería, de esos que se degustaron en aquel Madrid de los años cincuenta y que muy pocos recuerdan ya. Un menú rescatado gracias a la fotografía de Javier, nuestro chef principal y encargado de los fogones; un guiso de cabra que requiere una buena dosis de sal agitanada y que Rocío nos ofreció con todos sus ingredientes.
Tras degustar tan sabroso plato, siempre nos quedamos con ganas de más; es lo que pasa con los cuentos de Rocío.
A continuación, Javier se encargó de buscar el maridaje perfecto con un vino y un poema de altura, ideal para saborearlo con el castizo menú que Rocío nos ofreció. Después, Javier, nuestro exquisito chef, nos sorprendió a todos con un plato muy humilde, hecho con raíces. De sus dotes como gourmet de las palabras y de su pericia para aderezarlo, consiguió que aquel menú tan primitivo adquiriera un sabor delicioso. No doy más detalles, pues Javier no quiere que se desvele el secreto de sus platos.
El siguiente compañero en invitarnos a su mesa fue José Antonio. De su cocina tan rica y variada, nos ofreció un primer plato con sabor existencialista:
“Desde el principio lo sabíamos
lo de la vida, es una casualidad hermosa.
Nos tocó ser, frente a ser nada.
Y nos besamos,
para también sabernos
a saliva y a existencia.
Es nuestro rato, y en él estamos.
Dame amor, si te apetece.
Ponme otro hielo en el cubata”.
De segundo plato, José Antonio nos ofreció un poema muy salado, socarrón y salpicado de rima y expresiones de antaño, y con ese sabor a optimismo, con que él adereza siempre sus recetas. Debido a lo extenso y generoso del plato, solo rescataré unos pequeños bocados.
“Te contaré qué pasó
aquella tarde tan fría
en el coche cuando yo volvía…
La culpa fue del zapato
que el lustre yo le restaba
cuando en el campo meaba
y tardaba mucho rato
el chorrito timorato
en la tierra aterrizar
salpicando a lo de andar
mi santa así me dijo:
que te arreglen ese pito
que eso es na, ya lo verás
Acercome con el coche
a la consulta mundana
que tres días a la semana
atiende el probo doctor
Y para curarme lo pocho
el doctor un buen cristiano
sujetome con la mano
la causa de mi pudor…
Puedo decir y así digo
que en cuanto pueda me voy
a una playa a las Seis Leches
aunque un galgo me eche
y a olvidar la situación
que quede en un pisotón
de la vida y ¡Que aproveche!”
Y ya lo creo que aprovechamos su plato;
con unas migas lo rebañamos
hasta sacarle brillo,
y además, sin un solo flato.
Tras José Antonio, le llegó el turno a un laureado y afamado chef, Juan Calderón. En esta ocasión, nos invitó a un menú de un futuro apocalíptico:
“XX22M9D15” Sí, este es el nombre del plato, terrible. El ser humano convertido en una cobaya. Y por supuesto, la tan temida hecatombe nuclear ya se ha producido.
“Yo soy el hombre que va siguiendo el aro del ayer”.
“Soy el experimento XX22M9D15”, nos decía con voz de ultratumba el sobreviviente engendro.
Fue un plato innovador y arriesgado, difícil de digerir, muy alejado de la cocina a la que él nos tiene acostumbrados.
Y en estas apareció Juan Bautista Raña, liberándonos del escalofrío del cuento anterior, e invitándonos a un plato cargado de erotismo y que él cocina como nadie, titulado: “Instinto”, y del que pude rescatar algunas frases.
“Incómoda de sentirse desnuda
tocándose despacio los pechos
tocándose su pubis
acabó llorando…
Había estado casada
Su nombre, "Sor María”.
Una monja que se mansturba, (apostaría que no es la única) y que Raña nos lo cuenta con su habitual y brillante elocuencia, haciéndonos partícipes de los excitantes instintos de la religiosa.
Tras degustar este sabroso cuento, hubo comentarios. Le dicen a Raña, que no es el pubis, lo que una mujer se acaricia en esos momentos. Aparte de eso, Raña siempre suscita comentarios elogiosos en todo lo que nos lee.
Desde Valencia, nuestra joven compañera Omega, nos invitó a probar un plato fuerte, de esos que necesitan una lenta digestión, como es el matrimonio infantil y el abrupto desmoranamiento de ese paraíso que nunca más recuperaremos. Su título, tan acertado como estremecedor: “Guillotina de juguetes”.
“Dolor de pérdida de juego
la libertad corta en tus labios.
En la caída de la niñez
luces, halos de felicidad y esperanza…
para al fin ser aplastada en sueños hediondos”.
Cuando Omega terminó de leer, entre los rascamanes había dudas sobre cómo describir aquel plato, si poético o narrativo, pero en el fondo algo más fuerte nos golpeaba por dentro.
Carlos Ceballos, que nos observaba a través de una pantalla, y a quien pido disculpas de antemano por no haber entendido cuál era el significado de aquello que nos leyó, fue el siguiente en intervenir. Entre el sonido del ordenador y mis oídos, duros como la piedra, alcancé a escuchar muy poco. Me pareció un plato extraño, como su título, “Arroz para los reclamos”. Ya sabemos que hay muchas maneras de cocinar el arroz, y Carlos nos propuso una muy vanguardista, y que yo, desgraciadamente no alcancé a saborear, por las razones indicadas más arriba. Lo que sí me pareció oírle decir, es que él era raro, pero ya sabemos que por lo general, eso no tiene nada de malo, sino todo lo contrario. A vuelapluma, conseguí entender muy pocas frases.
“Los jóvenes haciendo botellón
Alguien acaricia el pájaro dormido
Diferencia entre una vida dura y otra con balancín”.
Tras su intervención, se originó un pequeño debate sobre la palabra “computadora”, incluída en la lectura. No gustaba esa expresión, por lo que le sugirieron cambiarla por “pantalla”. Antes de despedirse, Carlos nos prometió venir un día a la tertulia. Será un placer saludarte.
Mi amigo Carlos Castro, en su segunda visita a la tertulia de Rascamán, esperaba paciente su turno. Javier, nuestro Boss, se ofreció a servirnos el potente menú de dos platos que Carlos Castro nos había preparado. De su primer poema, titulado, “El Bosque de las muletas”, donde sus versos deliran entre frenéticos espasmos, rescataré solo unas pocas imágenes y la estrofa final.
“El aquelarre de las niñas se oye
entre los árboles asustados…
Pálida y bella como una taumaturga azteca,
como el acuarelado atardecer de un lienzo imposible…
Ahora ya no somos la lluvia del alba,
ni las aristofanescas risas de los zorros de la noche.
Ahora vivimos para morir abrazados
y huelo tu cabello lleno de continentes
y de hambre de guerra,
y las niñas brujas lloran por nosotros
mientras preparan el siguiente aquelarre, en el bosque de las muletas”.
De su segundo poema, compuesto de ocho estrofas, titulado, “La mujer en sombras”, citaré tan solo tres de ellas.
“En la penumbra otoñal del bosque
donde la luz sufre de tristeza
vive la mujer en sombras
entre árboles de fría corteza.
Giran las ruedas del crepúsculo
rota el viento en su sueño
vira el alma hacia las cruces
¡Quién fuera de su dolor el dueño!
Hasta aquí llega mi ayuda
cada vez te alejas más de mi locura
¿Pero quién está más loco?
¿Yo o tu escondida hermosura?”
Tras finalizar la lectura, se formó un interesante debate sobre su poesía. Creo que cada poema de Carlos esconde un misterio que solo él puede desvelar. Versos enigmáticos, que nos atenazan al leerlos. Imágenes desoladas y despojadas de toda ternura, que nos golpean y conmueven. Un menú, el de Carlos Castro, que pienso que nos dejó a todos satisfechos.
Y de repente, desde las sombras de Carlos, en solo unos instantes fuimos transportados hasta la compañera que portaba la luz, Celia Cañadas; sí, porque para quien no lo sepa, ella es la dueña de “La Fábrica de Luz”, nombre con el que bautizó su último poemario. Poeta laureada y brillante, e hija de otro querido y admirado poeta, Aureliano Cañadas. Aquí os dejo su “Elegía Áurea”, escrito en honor a su padre, cuyo faro seguirá iluminando a Celia gran parte del camino.
“ Los héroes mueren de mil maneras antes de la muerte; los cobardes prueban la muerte de una sola vez”.
John Milton (El Paraíso Perdido)
Elegía Áurea
“No te desgasta la muerte:
subraya apenas la luz
tus versos fulmíneos,
precisos como un tajo.
No lloraré la ausencia
de tu cuerpo, pues estás
en todo lo que florece,
palpita o aletea.
Porque no acataste más
norma que la ardiente vida,
quiero hoy cantar la tuya.
Hoy descifrarías en las
abultadas yemas de prunos
la promesa final
del más cruel invierno.
O la aridez de la Alcarria,
agradecerías al aire
la bendición de la lluvia.
Tú que imaginabas bien
el color de la eternidad,
como a los héroes, la
despedida te engrandece”.
Gracias, Celia.
Si ya Juan Calderón nos había traído un apocalíptico menú, Carmen Padín se presentó con un plato del presente, y no menos aterrador; áspero, pero sabroso en su desmedida infernal.
¡Noventa y cinco millones de automóviles fabricados en 2024! Si esto no es la puerta de entrada al infierno, ¡decidme qué es!
Desde su visión artística, me pregunto cómo ilustraría ella semejante pandemonium. Me muero por verlo.
En esta intervención, al igual que en la de otro compañero, lamento no haber podido rescatar más frases. Ya lo dije antes, y la culpa no era de la cabra, sino del sonido del ordenador durante su intervención virtual y la “agudeza de mis oídos”.
“Punto cero”
¿Cómo escapar de un atasco?
Cada retrovisor
multiplicado al infinito.
Las 7.40h de la mañana y detenida en un atasco en la M 30
¿Estamos en un punto cero? Se pregunta Carmen al final.
Otro menú difícil de digerir, y del que no faltó algún comentario al acabar. Recuerdo que Javier planteó la “teoría del último coche”, algo pavoroso.
Estaba claro que la tarde era propicia a las más extravagantes delicatessen, pues en Rascamán se dan cita chefs de cierto prestigio, y algunos más reconocidos. Aunque la especialidad son las palabras, aquí también hay escultores, profesoras, ilustradoras, artistas, traductoras y otras variadas profesiones. Todas y todos, de alguna manera, unidos por el amor a las letras.
Y como la tarde estaba abierta a los menús más insólitos, Juan Antonio nos trajo un plato que ya nos hizo probar la semana anterior, y que debido a las críticas de los comensales, él había cocinado de nuevo. Supongo que habría cambiado algunas especias, o el punto de cocción. No sé por qué, pero el sabor nos seguía pareciendo extraño. Quiero pensar que tal vez la edad de la protagonista, (tan solo cinco años) era la causa; eso, y los celos que la niña sentía por su madre.
“Con cinco años ya estaba enamorada de mi padre…
Al fin me desperté y era mi madre…”
Creo recordar que la palabra “almohada” también figuraba entre el corto párrafo que nos presentó Juan Antonio.
Semejante asunto, al igual que la vez anterior, provocó un encendido debate. Si nos atenemos a las teorías de Freud, tal vez Juan Antonio tenga razón; otra cuestión es la manera de interpretar este tema tan controvertido. Entre otras críticas, Javier le aconsejó que suprimiera la palabra “almohada”, pues bastante miga tenía ya el asunto, como para añadirle más sal o pimienta. Como tenía a Freud de su parte, Juan Antonio, nuestro estimado compañero, se defendía tenazmente, y no se rendía en su empeño porque comprendiéramos sus razones. Al final, creo entender que nos prometió darle otra vuelta a su trabajo y volver a presentarnos el mismo plato, supongo que elaborado de otra manera. Pues que así sea, amigo.
Ana Gonz nos trajo un plato muy bien condimentado, suave, y aderezado, con la justa medida de nostalgia y con ese sabor de antaño, cuando la vida era diferente, y hasta disponíamos de tiempo para tumbarnos a la sombra de un árbol. Y si trataba de seducirnos, he de decir que lo consiguió. Su título: “Naranjas y manzanas”, del que logré rescatar algunos versos
“Las tomaba contigo.
Los padres me dejaron sola
con las sombras.
Los busco desde entonces
en un vaso de aguardiente.
Después de haber conquistado la ternura
sigo vertiendo lágrimas sobre
la rama de aquel manzano.
Todo eso le enseñaron sus padres´
y también un cura”.
Para Ana, volver a recordar aquellos fragmentos del pasado, como ella nos dice, fue toda una explosión de emociones.
En su intervención, José María Garrido nos conmovió a todos con su grito de rebeldía.
“No quiero caminar,
y me detengo,
me sobrecojo.
Sé cuál es el fin
de todos los caminos.
Grito a ese Dios
que no me escucha,
porque no quiero
que se haga su voluntad”.
Demoledor el final. Probablemente el plato más fuerte que probamos esta tarde.
Y por fin apareció Cinta, liviana y ligera de equipaje; no lo necesita, su fantasía no cabe ni en los más voluminosos baúles. Dentro de ella, desde algún oculto manantial, manan cuentos y versos sinfín. La delicatessen que nos trajo Cinta en esta ocasión, narra la desdichada historia de una alfarera que, mientras se encargaba de modelar con el barro y dotar de vida a cientos de recipientes hogareños, su propia existencia se consumía en una espiral de violencia. Su título: “La vasija”.
“Ella bajaba todos los amaneceres a buscar el barro rojo, a la orilla de ese río que bramaba…
Su capacho de esparto goteaba al llegar a la puerta de su choza…
Al lado de la ventana que permitía ver la salida del sol, se encontraba el torno, en el que trabajaba desde siendo casi una niña…
Se lavó las manos, comió un poco de queso y unas nueces, sorbió un poco de leche que se calentaba sobre las piedras del hogar…
Se ajustó el delantal de cuero, ocultó su cabello pajizo bajo un pañuelo azul oscuro. Amasó el barro que sacó del capacho….
Las tazas como calabazas, las fuentes como manzanas, en cuyos bordes ella había esculpido hojas en relieve. Botijos con cerezas cóncavas en medio de sus panzas. los candiles como peras pequeñas…
Llegaba el sol y sus rayos, que hasta entonces se habían escondido entre la espesura verde, como dedos luminosos, se colaron por la puerta abierta…
Ella, como si esa luz la llamara, abandonó su asiento. Los árboles parecieron enmudecer…
Al caer la tarde, casi noche ya, el horno seguía despidiendo el calor de sus brasas…
Ella volvió a su choza cercana. Y al desprenderse de su áspera túnica, en su brazo izquierdo aparecieron, grabadas en la piel, cicatrices hondas, con huellas de cuchillo, el ojo, el agua y el castillo.
En su memoria apareció de nuevo, el ruido del galope que se alejaba por el sendero que, atravesando el bosque, llegaba hasta la fortaleza.
Los años pasados no lograron borrarlo”.
Un cuento de puertas abiertas, a la espera de que cada oyente, pase al torno de la alfarera y, allí, junto al torno y las brasas del hogar, ponga su propio final.
Me olvidaba de mi intervención, que seguí dando la turra con mi novela, “Ninguno de los suyos”. Aquí os dejo algún pasaje, donde se produce el secuestro de Asad en las carreteras de Libia, por parte de unos yihadistas.
“Una voz áspera, como el graznido de un cuervo, rasgó la calma de la noche y arañó los oídos de los sorprendidos viajeros. ¡Allahu Akbar! fueron las primeras palabras de uno de aquellos intrusos”.
“En medio de un tenso silencio, ojos llenos de desconcierto y espanto, contemplaban pasar a los dos hombres por el pasillo. Con sus fusiles de frente y mirada amenazante, aquellos dos individuos surgidos de las tinieblas de la noche, o del mismísimo averno, escrutaban uno a uno a todos los pasajeros…”
La próxima semana continuaré con esta odisea, vivida por Ashia y su hijo Asad, como la sufren miles y miles de inmigrantes en un mundo echado a perder.
Siento haberos ofrecido este agrio menú.
23 de marzo de 2025