¡Válgame el señor!
¡Válgame el señor! ¡Por los clavos de Cristo! Qué periplo hasta llegar a la tertulia, con temperaturas que invitaban a quitarse la ropa y quedarse en el “tanga” del que después nos hablaría Tina y del que Alberto resaltó con énfasis. ¡Ay, Virgen Santísima, se nos escapa el mundo de las manos! Y yo, con mi camisa de invierno, la de los domingos para ir a misa. Quise imitar a San Francisco de Asís, que se despojó de sus ropas como quien deja atrás el mundo. Yo, más humilde, solo me quité la paciencia para abrazar la pobreza que da la poesía.
Aparqué el coche como pude en la calle Trujillos —al final de la tertulia descubriría que Carmen Padín vive también en la misma calle, aunque en Plasencia; la vida, que siempre te hace pensar en las casualidades—. Hasta tuve que llamar a la policía.
Al llegar al Fígaro junto a Aurora, ya se me había pasado el cabreo. Saludamos a todos. Esta que suscribe, olvidado el desencuentro del estacionamiento, estaba pletórica por dos razones: la primera, porque tenía ganas de veros; la segunda, porque hoy podía compartir mi noticia poética. Enseguida Chelo y Tina me abren sus pétalos me reciben con una gran sonrisa. Después llegó el abrazo del Boss, que me recordó a esos abrazos de los que no quieres soltarte y en los que una deja caer las ramas sobre el tronco ajeno, solo para quedarse ahí, disfrutando del calor compartido. Es lo que tiene la orfandad: siempre deja carencia de cariño y gestos.
Fui repartiendo besos y abrazos al resto—que para eso no cuestan nada—. Alberto, vestido como siempre de tonos azules —él es un cielo, pero no lo sabe— y blanco, con el emblema del caballero ecuestre, cuya pluma me encantaría ver dibujar palabras mientras yo observo, porque siempre se aprende más viendo, escuchando a los que aman la palabra.
Saludé a Juan Calderón, a quien antes le había echado el guante cerca del Hospital Gregorio Marañón, mi segunda casa. También a Raña, con su aire de bohemio y su bastón de peregrino. A Paloma —que pronto será abuela—, la mujer perfumada de juventud, con su flequillo a lo Cleopatra y esa elegancia parisina del vaquero y camisa blanca. A José María, el escultor del grupo, capaz de dar forma a la materia, a la palabra y al silencio. Carmen Padín llega vestida de bosque; mirada de hoja y de Caperucita con su capa roja. Y en la nube, como dioses cómodos, estaban acomodados Celia y Juan Pulgar. Llega también Ana, que se sienta en el sofá barroco, poniendo en escena los versos que más tarde nos leerá y simulando ser la mujer en el sillón rojo de Picasso.
La tertulia comenzó, pero yo ya había empezado a vivir mucho antes: en cada saludo, en cada mirada, en cada risa compartida y en los abrazos. Rocío llega un poquito tarde, pero no recibe ninguna colleja, ni se le tiran de sus rizos caobas porque en su mirada lleva prendida la bondad y la dulzura.
Comienza la función:
Javier nos lee «Poema 20», haciendo un guiño a Neruda y al aniversario de la tertulia: «… era tan largo el olvido… la mirada / nuestra se torna sorpresa». José María dice que tiene asonancia interna. ¿Acaso el olvido no tiene también su propia asonancia? Nos lo lee de nuevo; nos gusta más aún. Deja un temblor en los labios.
Chelo, con abanico en mano —con más arte que Lola Flores—, dice que no quiere leer ni decir tacos. ¡Qué prudente nuestra folclórica!
Tina: «Ciudad púrpura». «…alcohol, vómito, tabaco, copa en mano en noches de mil estrellas, con tacones altos». Quizá nos esté proponiendo una cena desinhibida con blusa del revés. ¿Nos querrá regalar algo? Mira que los rascamanes no estamos para muchas juergas…
Calderón lee en dos lenguas: castellano y gallego. «Casa de las aguas».
«…La vida pasa alegre… despeina las copas… las enaguas de las nubes…». Ana Gonz afila el oído. Javier, maestro de batuta de tinta, corrige. A mí me ha maravillado, tanto como ese Juan Gavilán que nos muestra en un despliegue de vinilos y CD, al que no conocíamos con pelo y barba. ¡Cuánto talento hay en esta tertulia!
Raña: «Cuento al 20». Sumas, restas, ceros; todos metidos en camisas de once varas, aunque no chocamos los cinco. Rocío dice que es mejor subir el sueldo a los poetas.
José María (lo lee Paloma): «Maruja Mallo», y en el relato descubrimos su alter ego, y lo bien codeada que estaba su abuela, incluso con el de las Nanas de las cebollas. Habla de su abuela y mientras lee Paloma, los ojos de José María recobran más vida que nunca, rebosan emoción. Paloma, cual Versace, coge la tijera y recorta.
Paloma no quiere leer, prefiere salirse a fumar y, mientras, cantar: «Fumando espero al hombre que yo quiero…». No sabemos si será al psicólogo al que, más tarde, nos confiesa ir a visitar.
Me toca el turno; leo: «La vida que alquilo». Me hacen algunas correcciones entre alabanzas, y me guardo las palabras de Carmen: «Me ha sobrecogido el poema».
Alberto no quiere leer, a pesar de que el Boss se lo pide de rodillas. Él hace caso omiso a sus ruegos. Pero tranquilo, Javier: quien se arrodilla sabrá estar de pie ante cualquier situación difícil.
Juan Pulgar, con mucha empatía, nos dice que no lee y que lo dejamos para otro día. Nos cuenta que tiene algo parecido a un hogar… En ese momento trago saliva. Que a Juan del Val le den un premio desmedido sin merecerlo y a otros se lo pongan tan difícil. «Adquirir el hábito de la lectura es construir para uno mismo un refugio de casi todas las miserias de la vida» —W. Somerset Maugham. Te dedico esta cita, Juan.
Sigamos leyendo.
Celia dice que no ha preparado nada. Me quedo con las ganas de escuchar su «Higuera».
Rocío: Alborota el gallinero con «La repoblación del lince ibérico». …muere Juan Pablo II, en los montes de Toledo, señalan a una muchacha que se ha quedado embarazada con 20 años (haciendo un guiño al duodécimo aniversario de Rascamán). La apuntan con el dedo, como dice Alaska en su canción, y me uno a su grito: ¿A quién le importa lo que yo haga?… Y nos dice a Juan Calderón y a mí que no nos hemos enterado con qué genero juega entre sábanas la protagonista...
Carmen Padín: No sé si nos lee o nos hace una propuesta con sus «Intertítulos». «…ponernos zapatos e irnos al cine, eso sí, mudo». No lo creo. ¿Los rascamanes mudos? Ah, pero con el pelo libre (Javier tendrá que dejar el sombrero). Y aun sabiendo que el cine da apetito —ay, con lo dulce que es ella y nos quiere ver rellenitos—.
Ana Gonz: Lee el poema «Coloquio amoroso» de santa Teresa de Jesús. …un amor que ocupe os pido… adonde más la convenga. Continúa diciendo: «la lengua es una mama» en gallego; así que mamamos el poema y nos vamos mamados…
Llega casi al final Cinta y nos habla de sirenas…
A ver, decidme y aclaradme:
¿Nos vamos a calmar el temblor del labio de Javier? ¿A buscar el tanga de Tina? ¿Las enaguas de Calderón?¿El valor de 0 de lo que suma Ruña?¿Al cine con Carmen?¿A buscar al lince ibérico por los montes de Toledo?¿A buscar los versos olvidados de Chelo?¿O le damos una sorpresa en su nuevo hogar a Juan? ¿A comprar la vida que alquila Susana?¿A comprar clines para José María?¿A pedir cita para todos al psicólogo de Paloma?¿A plantarnos debajo de la higuera de Celia?¿O de trote con el caballero ecuestre de Alberto?¿O a descubrir orgasmos?¿O a rezar con santa Teresa?¿O a buscar a todos los que no asistieron?
Todo lo que queráis, pero de rodillas, no… eso se lo dejo a Javier, que tiene los huesos como su mente.
Nos despedimos y pienso:
«El lenguaje es la casa del ser en su morada habita el hombre»—Martin Heidegger.
Hoy he comprendido las palabras de John Keats: que el poeta no tiene identidad, que se disuelve en todo lo que toca.
Quizá eso sea la poesía: el lugar donde nadie es uno solo, donde todos habitamos la misma respiración.
17 de octubre de 2025
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